Mi primer ciervo de cordillera

Un 14 de marzo al medio día, llegábamos con mi guía (papá) y Adrián, un amigo a Cholila, localidad ubicada al noroeste de la Provincia de Chubut, donde haríamos noche y nos repondríamos de un largo viaje. Nos esperaban Marcelo y Lili; con la cordialidad que los caracterizan y unas ricas pastas para almorzar. Con ellos compartimos un agradable día, distendidos en amenas charlas y en un maravilloso entorno que, “algo” calmó mi ansiedad por llegar a nuestro destino de caza.  

Al día siguiente, emprendimos viaje hacia el área donde cazaríamos. Nos tomó cerca de 3 horas recorrer tan solo 45 km, pero de trepada constante, sobre el más hermoso camino de montaña por el que había andado. Esto nos decía que no iba a ser fácil, pero sin dudas sería una cacería inolvidable.

Llegamos a media tarde, bajamos nuestro equipaje y nos dispusimos a acomodarnos, preparando todo para el día siguiente -nuestro primer día de caza-.

Desayunamos a oscuras aún y salimos muy temprano con papá y Gabriel a recorrer un sector del campo. Mientras mi padre diagramaba mentalmente un mapa con los mallines, distintos lugares y pasaderos que podrían frecuentar los ciervos, como así también tomaba puntos de referencia para no perdernos, yo ilusionada detrás, esperando a cada momento ver o tan solo escuchar bramar mi añorado ciervo patagónico.

Regresamos antes del mediodía a la estancia a reponer energías para volver a salir por la tarde. Almorzamos e inmediatamente ensillamos los caballos y salimos esta vez con Nazareno que nos mostraría otro sector del campo, donde suele frecuentar la ciervada, pero también sin suerte…

La noche nos encontró planificando lo que vendría, estaba claro que si queríamos cazar tendríamos que caminar y esforzarnos mucho. En fin, a eso veníamos y no importaba el esfuerzo que había que hacer.

Esa mañana ya salí sola con papá, nos dirigimos hacia un gran mallín que queríamos observar, tomamos el viento y nos agazapamos para no ser vistos.  

Con la ayuda de los prismáticos recorríamos los picos y laderas que nos rodeaban, hasta que de pronto comenzamos a escuchar los primeros bramidos. Papá, con su experiencia y su vista acostumbrada a ver ciervos donde pocos pueden hacerlo, logró ver en sector quemado del bosque de lengas, un macho echado y al que solo se le veía su cuerpo (una cosa enorme para mí) aunque demasiado lejos y por lo que notamos, sin intenciones de bajar al mallín. Eso nos hizo replanificar nuestra estrategia. Decidimos volver, buscar los caballos y subir con lo necesario para acampar un par de días solos en la montaña. Kevin, el hijo de Nazareno, vino con nosotros para volverse con los caballos, ya que en la zona donde nos quedaríamos no había agua para ellos.

Llegamos al lugar que consideramos propicio para acampar, armamos nuestra carpa y dejamos todo dentro para comenzar a caminar solo con lo esencial, más el rifle y los prismáticos. En un momento dado de nuestro recorrido, y ya lo suficientemente alto como para observar mejor el movimiento de los ciervos, nos sentamos a esperar que cayera la tardecita, yo con la ilusión intacta de poder verlos y escucharlos bramar. ¡Así fue…! De a poco se empezaron a escuchar los primeros bramidos, hasta que llegó un momento en el que nos encontrábamos casi en el centro de la escena y 4 machos rugían a nuestro alrededor. Alcanzamos a ver un 10 puntas, al que papá evaluó como un ciervo joven y con un buen futuro, por lo que lo dejaríamos para la próxima… Otro, pasó muy cerca de nosotros, bajando y cubriéndose entre las lengas de seguro con dirección al mallín, pero nos fue imposible verlo, aunque para mí, el resonar de sus bramidos me mantenía fascinada, casi no podía creer lo que estaba viviendo. El ocaso nos decía que debíamos volver a nuestro campamento, comer algo y descansar para el día siguiente.

Jueves 18 de marzo, fecha que quedará grabada para siempre en mi ser.  Tal y como lo veníamos haciendo, nos despertamos muy temprano (6AM), desayunamos y a oscuras comenzamos muy despacio a trepar nuestra montaña, teníamos que atravesar un sector bastante sucio y empinado para poder llegar al lugar donde estuvimos la tarde anterior. Una vez ahí, nuevamente nos sentamos a esperar el concierto, pero esta vez, nada… Decidimos seguir subiendo, para de a ratos descansar, escuchar y mirar atentamente todo a nuestro alrededor; así fue como el medio día nos encontró explorando minuciosamente cada rincón con los binoculares, cuando de repente y para nuestra sorpresa, un bramido, luego otro y a los minutos otro. Toda nuestra atención fijada hacia el lugar desde donde provenían los bramidos, papá desconcertado por completo, ya que generalmente a esta hora los ciervos, difícilmente se trasladan y menos lo hacen bramando…

También me indicaba que era el característico sonido ronco, corto y gutural de un macho viejo, lo cual más ansiosa me ponía.

¡Logro verlo! Caminaba muy tranquilo por el filo, aunque de a poco comenzó a perderse hacia el otro lado. Decidimos ir tras él, eso significaba no solo llegar a la cima, sino, debíamos hacerlo dando un gran rodeo para tener el viento a nuestro favor (confieso que en ese momento no me imaginé todo el esfuerzo que se venía). 15hs, ya cerca de la cima, pero extenuados por el cansancio y por el sol que se hacía sentir como si estuviésemos en pleno verano, decidimos descansar.

Creo que no alcanzábamos a terminar de estirar las piernas, cuando vuelve a bramar… papá me mira y me pregunta –¿Qué hacemos? ¡A lo que sin dudar le dije VAMOS! Por fin salimos del sucio bosque de lengas y llegamos al pedrero sobre la cima, identificamos el lugar donde lo vimos trasfilar y papa logró divisar su rastro, deduciendo hacia donde podría haberse dirigido. Descansamos un buen rato y cerca de las 18hs comenzamos nuevamente nuestro rececho por sobre su propio rastro, que iba acompañado de su inconfundible olor, hacia otro fachinal de lengas. De pronto escuchamos un rezongo que nos puso en alerta, llegamos casi en puntas de pie a la costa del bosque, nos agazapamos entre unos renuevos y muy cautelosos, comenzamos nuevamente a buscarlo, binoculares mediante.

Logramos ver dos ciervas, lo cual nos indicaba que el rezongo había venido del macho que las cortejaba, ahora solo debíamos encontrarlo. Se escondía en la espesura del bosque y no podíamos apreciar bien su cornamenta, papá me dice que nos acercaríamos un trecho más, pero si era un macho joven deberíamos emprender nuestro regreso (confieso que me dieron ganas de llorar cuando recordé todo lo que habíamos recorrido en estas 12 horas…).

Comenzaba nuestro último acercamiento, sabiendo que no podíamos ser vistos ni oídos, llegamos a ponernos a unos 150mtrs de él, fue ahí cuando papá lo vio detenidamente y me dice muy sereno: es un lindo y viejo 11, vamos a entrarle! En ese momento mi ansiedad galopaba a un extremo casi preocupante… y como buscando infartarme, comenzó a bramar como nunca, papá que se desplazaba casi como un fantasma tratando de acortar aún más la distancia, y yo tras el cómo su sombra, hasta que quedamos a algo menos de 100mtrs y entre dientes me dice que me prepare a disparar. Apoyé el fusil sobre su hombro y me acomodé como pude, por lo desparejo y empinado del terreno; el ciervo estaba de frente, levantando su cara al cielo mientras bramaba y no me daba su costado, aunque si giraba, quedaría tapado por los árboles y no tendría tiro, papá me indicó donde apuntar y cuando dejó de bramar tronó el Mannlicher .300. El disparo dio en su pecho, el ciervo corrió unos metros y cayó fulminado.

Cuando llegamos hasta él sentí una felicidad casi inexplicable. Lo había logrado, había cazado MI PRIMER CIERVO DE CORDILLERA y con papá, en una cacería extraordinaria que nos demandó más de 12hs. de rececho puro, que más podía pedir…!

Sacamos algunas fotos, el trofeo y los lomos, (el resto de la carne la buscarían al día siguiente) y nos comunicamos por radio con Gabriel, para contarle que habíamos cazado y comenzaríamos a bajar al campamento para que al día siguiente nos busquen, a lo que responde que nos buscaban esa misma noche.

Papá cargó la cabeza y los lomos, yo el rifle, la mochila, los dos binoculares, la ropa y arrancamos. Llegamos al campamento pasadas las 11 de la noche, después de 4hs de caminar cansados, cargados y en la oscuridad, aunque por suerte ya nos esperaba Nazareno y Edgardo con los caballos, para ir hasta la casa donde nos esperaban con un rico asadito para festejar.

Melina Martínez