Mi simétrico Cola Blanca

La mayoría de nuestros clientes sabe que yo no soy la que sabe de armas ni municiones. Puedo entender un poco más cuando me hablan de cartuchos del 20 o del 12, fui aprendiendo de mis gringos, a quienes llevo a cazar desde el 2001.

Más allá de haber nacido en una familia de cazadores, no llegaba a comprender la ilusión de mi hermano cada viernes cuando armaba su equipo y esperaba impaciente que mis tíos lo lleven de cacería. Después escuchaba atenta todos los detalles de la aventura que el relataba los domingos a su regreso. También me tocó escuchar a mis clientes después de sus cacerías de patos y debo admitir que sentía curiosidad por esas experiencias completamente desconocidas para mí, me llamaba la atención que sería todo eso de la famosa “adrenalina” que recorre el cuerpo de pies a cabeza antes de apretar el gatillo. El “instinto” de cazador que todos tenemos, más allá de que en algunos parece estar dormido. El “respeto” hacia la presa una vez que era abatida. La “satisfacción” de comer ese animal al que se rastrea por horas y a veces por días. Más debo ser sincera y siempre la pereza o el frío le ganaban a la curiosidad.

Hasta que hace exactamente 12 años me toco estar detrás de una mira, apostada junto a amigos en un rancho al sur de Texas. Ellos llevaban cazando varios días, y yo haciendo lo de siempre, captando imágenes, sentimientos y experiencias con mi cámara.
Esa tarde, mientras preparaban los bártulos, los escuchaba susurrar, pero mi inglés no estaba tan afinado cómo puede estar hoy, así que no presté mucha atención. Una vez que llegamos al apostadero, uno de ellos me dice “hoy te toca a vos” y veo que me entrega el Winchester .300. No llegue a abrir la boca cuando ya estaban indicándome los pasos a seguir, practicamos “mi” respiración exacta una 3 o 4 veces, la distancia entre la mira y yo, ninguno quería terminar corriendo al hospital, menos yo con una cicatriz coronando mi ojo y después nos quedamos los tres en silencio. Ese silencio de espera en el que ningún pensamiento tiene lugar, el silencio donde los únicos movimientos posibles los podés realizar con tus ojos y donde solo escuchas los ruidos del monte…

Bramaban unos “elk” bien lejanos y la tarde se estaba poniendo, de repente unos cola blanca nos dejaron saber que estaban cerca. Por la mira logro ver un 12 puntas, pero no me sentía segura de cuán certero iba a ser mi tiro, temía herirlo y que se fuera a morir dentro del monte, así que un poco frustrada decidí dejarlo ir. Después de un largo rato de espera, uno de mis amigos me toca el hombro, y me señala unos cuernos detrás de unos arbustos, salen dos hembras que no estaban muy cómodas y se las podía ver inquietas y asustadas. De repente se asoma el macho, no era grande, pero era hermoso, su cornamenta perfectamente simétrica de 8 puntas se dejó ver cuando levantó la cabeza y miró hacia nuestro apostadero con una notable desconfianza. Esos segundos creo que ni siquiera me atreví a exhalar, no quería pestañear por temor a que me viera. Él estaba tan estático como yo, su instinto le indicaba que algo no estaba bien y en mi mente imaginé que hasta nos miramos fijo por un instante. Para mi suerte, el cebo a sus pies fue más fuerte que la desconfianza para ese macho, solo él sabía cuál había sido su última comida, sus amoríos lo había mantenido demasiado ocupado como para encargarse de su estómago.

En esos cortos minutos, que para mí fueron horas, olvidé todos los consejos y las instrucciones recibidas, tampoco recordaba la manera de respirar que me habían hecho practicar, yo solo sabía que no quería errar, pero como no hacerlo con esa sensación de cosquilleo que me recorría todo el cuerpo, era como tener millones de hormigas caminándome y no podía moverme pues no quería espantar a ese 8 puntas que tenía en la mira. Uno de mis amigos notó mi incertidumbre, mi excitación y mis temores y se jugó a contar en voz bien baja, “1…2…3…”. Nada.

Yo seguía inmóvil, creo que hasta acalambrada. De nuevo, “1…2…3…”. Nada. “Ok, cuando estés lista” y quizás “lista” fue la palabra que me hizo reaccionar. Y lo supe, sabía que estaba más lista que nunca, que todo lo que quería era ganar ese trofeo, ahí fue donde mi cerebro conectó y pude respirar cómo habíamos practicado, mantuve mi ojo dominante a la distancia indicada de la mira, mi pómulo cómodo apoyado al rifle, apreté el gatillo y cerré los ojos con satisfacción porque logré verlo levantar sus dos patas delanteras además de sentir el impacto, seguido por un golpe seco y la corrida de las hembras. Todo lo que ocurrió en las siguientes dos horas puedo contarlo, sólo porque ellos me lo contaron. Yo entré en shock y no hablé durante ese buen rato, ellos pintaron mi cara con la sangre de mi primer ciervo, y festejaban y relataban una y otra vez el momento glorioso de la cacería. Gracias a mis amigos, quienes ese día decidieron que era mi turno, los que me explicaron con paciencia y dedicación, gracias a ellos que despostaron, y cocinaron a mi bello, y perfectamente simétrico, cola blanca de 8 puntas.

 

Martha Ciaffoni