Los cazadores deportivos tienen mil espejos donde mirarse con sana envidia: los grandes pioneros que llegaron al corazón de África, plasmaron huellas con el único vínculo indeleble: los libros. Livingstone, Stanley, Courtney Selous, Lucy, Hunter y Karamojo Bell entre otros, despertaron la mística que yace en el humano desde que se alzó de pie, tentándolo a seguir sus pasos. Desde plebeyos, que cazaban y cazan para alimentarse, hasta los ilustres Roosevelt, Mandela o Jimmy Carter; escritores como Hemingway o científicos como Darwin, todos enormes deportistas del rifle, consolidaron el indestructible atavismo que une al hombre moderno con el primer trabajo forzoso, al decir del célebre Ortega y Gasset. Cuantos difundieron sus aventuras, opinables indudablemente, nos dejaron herencia impresa, convertidas en tomos de cabecera para los discípulos de San Huberto, nuestro patrono.
Pero alguien fue más allá de la narrativa, cuál artista que extiende en el lienzo los fascinantes colores de su paleta. Me refiero a Wilbur Smith, el célebre escritor que falleció el 13 de noviembre de 2021, a los 88 años de edad, en Sudáfrica, tierra natal. Wilbur podría ser, también, un cazador que escribe, según se definió el inefable Miguel Delibes. La imaginación, cuasi infinita, y el conocimiento profundo de la cuna de faraones y pigmeos, nutrieron su fecunda pluma para pintar acuarelas inolvidables, peripecias de buscadores de oro y diamantes, entretelones pasionales de personajes utópicos y cacerías legendarias.
Desde su primer libro editado en 1964, Cuando Comen los Leones, hasta el último en 2021, La Guerra de los Courtney, Smith manejó la sazón de su trabajo literario con alta dosis de pesquisa, lo que acentúa el realismo de los eventos. No temió inmiscuirse en asuntos espinosos, refiriendo con crudeza matanzas reales de animales que, sin misericordia, deben sacrificarse para equilibrar la capacidad alimentaria de los nichos biológicos con los consumidores, a fin de evitar el agotamiento del suelo y sus nefastas consecuencias: desaparición de la flora, escurrimiento del agua de lluvia y desertificación: desaparece el fértil humus, y luego los animales.
Medio centenar de títulos, y ciento cuarenta millones de ejemplares traducidos a 30 idiomas, se agrupan en cuatro series o sagas imperdibles: Courtney, narración cautivante – entre 1667 y 1987 – de los entretelones de una rancia familia de navegantes y aventureros, proclives a negocios turbios y amoríos non sanctos; Ballantyne, otra dinastía cuyos avatares transcurren entre 1869 y 1980, en medio de la turbulenta historia de Rodesia; Egipcia, posiblemente el más atrapante relato sobre faraones, el mago Taita y las Dos Coronas del Imperio del Nilo, y Héctor Cross, un ex Fuerza Aérea británico al servicio de Bannock, un monopolio gigantesco, con cuya socia mayoritaria vive un affaire apasionado y borrascoso.
Acción, intriga, romance y traiciones son títeres que, manejados por la fértil creatividad del escritor y dramaturgo, han seducido y seducirán para siempre a los amantes de la buena literatura.
Con el adiós del brillante escritor, los cazadores perdemos a un genio de la novela vinculada frecuentemente con la montería, a un paladín de la caza, y a un genio de la investigación histórica sobre la supervivencia de las especies. Y los lectores en general, a un maestro insustituible. Ha muerto el Rey, que viva el Rey…
