Esta obra es dos cosas: el diario de un cazador y una colección de historias crudas y brutales. Se trata, específicamente, del diario de un leonero -cazador de puma o león americano-, escrito en lenguaje coloquial. El autor se dirige a los lectores en tono familiar, de complicidad, como quien piensa en voz alta frente a un comprensivo auditorio de desconocidos.
Este cazador parece de continuo develar secretos de una actividad sumamente peligrosa, cuyas artes no son desconocidas, esto es la cacería del puma en la región austral argentina. Se hace imprescindible imaginarlo: un descendiente de escoceses, «de Malvinas» y nacido en Río Gallegos, más criollo que el mate amargo o la pialada, cazando pumas o leones americanos, en los contrafuertes pre-cordilleranos argentinos de Santa Cruz, es decir la segunda provincia más extensa del país luego de Buenos Aires, y también la más deshabitada.
Cuatrocientos sesenta y nueve pumas cazados para la protección del ganado ovino. El estanciero paga al leonero por cada cuero fresco de este depredador. ¿Y lo demás?, ¿las chupadas de frío, las horas de traslado para sacar su rastro o los peligros? A la mayoría de tales empresarios estos asuntos les son indiferentes. El objetivo es poner a salvo sus bienes capitales del poder destructivo de fuerzas naturales que vienen, con el paso de los siglos y los avances tecnológicos, científicos y de mercado, siendo derrotadas, mientras las ciudades crecen y se expanden, consumiéndolo, tragándoselo todo sin producir nada de utilidad para la vida. Esto, mirado desde un punto de vista general, que es la mirada que aquí no nos interesa… Aquí, lo que nos importa es el relato del Gringo Urquhart, que es, por donde se lo mire, honesto, ya que describe los enfrentamientos de un ser humano y sus perros, cara a cara, con los leones salvajes de Santa Cruz -¡algunos de hasta 3,10 metros de largo, medidos de la nariz a la cola!-.
En este oficio, en que perros y leoneros juntos arriesgan la vida, para dar muerte a leones que no dudarían un instante en quitárselas, ambos, perros y hombres, dependen unos de los otros para sobrevivir, a cada una de estas confrontaciones. Desde esta lógica, este narrador describe cómo mata a tiros a algunos de sus perros por haber sido indolentes y cobardes ante el peligro al que eran sometidos algunos de sus compañeros… Así, también, verán al autor sobrevivir porque uno de sus perros da la vida por él. Al parecer, en este oficio, y como dice la Biblia, no hay lugar para los tibios.
Si hasta puedo oír sus resuellos en el alba, el resoplido de la jauría venteando el aire, pisadas presurosas, las piedras rechinando por la presión de las botas del cazador, rugidos de león al empacarse, gritos, y tiros que rebotan en la roca milenaria, después de atravesar la agreste sangre de la fiera…
Como si todo esto fuera poco, hay un elemento narrativo de mayor nobleza aún en esta colección de historias: el autor se quita todo el mérito de ser él mismo el leonero para dárselo al perro-alfa de su jauría: Cacique -producto híbrido-genético de la cruza entre algún perro siberiano con posible pasado antártico y una genética canina argentina, desconocida-, y a quien él considera su «amigo», su “hermano”, su “maestro”, no solo en el arte de «cazar leones» sino en el sublime desafío de la vida. Pocas veces en mi vida he visto tanta devoción de un ser humano por un perro.
No dude el lector entonces de elegir este libro si acaso busca humanidad: la encontrará a montones, a borbotones, junto a vibrantes aventuras y a escenas conmovedoras y cotidianas, narradas con eficacia y sencillez.
Dios, nuevamente, me ha hecho un regalo: movió el aire por donde va el espíritu para dejar en mis manos estas páginas llenas de palabras humanas, honestamente despojadas de toda pose o pretensión, para que yo les agregue un poco de convención literaria y algunas correcciones ortográficas. ¡Qué generoso!
Después de su lectura usted, lector, ya no verá a Santa Cruz de la misma forma, la sabrá ahora hostil, pura, peligrosa, sacudiendo a sus hombres y animales para templarlos – cuál espadas recién salidas de una fragua – para limpiar y fusionar sus corazones con la vida y con la muerte, esas dos primas hermanas que tanto se parecen.
CACIQUE PERRO LEONERO
Némesis del puma, fue perro leonero, su impronta de lobo viajó por la tierra.
Aprendió a empacar entre los cerros a la bestia carnicera de la oveja.
Santa Cruz vio nacer a este guerrero que olio sangre de puma sobre la piedra.
No se ha visto animal tan fiero en el arduo arte de la pelea.
¡Trescientos pumas en los entreveros cayeron bajo su presencia fiera!
Robert Urquhart fue su compañero, argentino – escocés de sangre malvinera.
Cacique cerro sus ojos en Gallegos.
Su luz se fue a vivir con las estrellas.
Carlos Besoaín.
El Leonero Urquhart y su perro Cacique By Robert Urquhart