Renos en Argentina

Por Carlos Rebella

No serán pocos, seguramente, los que se sorprendan con el enunciado, ya que la imaginación aventurera de los cazadores, cuando piensan en renos, vuela hacia las nevadas cumbres de Alaska, ríos torrentosos de Canadá o tundras de Siberia. Y obviamente, no se equivocan, pues junto a Groenlandia constituyen su hábitat original.

Este imponente ciervo, también llamado caribú por algunos científicos, vive en grandes manadas salvajes, aunque en zonas puntuales ha sido amansado por el humano, que lo utiliza como animal de carga o consumo cárneo. Pero lo cierto es que el gigantesco ungulado, originario de zonas Paleárticas, alcanza 200 kilogramos de peso y 1,80 metros de alzada; las hembras y machos poseen cornamenta de más de un metro de longitud, muchos pitones o puntas, y las basilares palmeadas, aunque las mudan en épocas distintas; sus pezuñas están adaptadas para evitar hundirse en la tundra o nieve, las mudan anualmente y son, en parte, huecas; poseen visión Ultra Violeta (UV), con una longitud de onda entre 350-320 nanómetros, – un Nm equivale a la millonésima parte del metro – que permite a sus ojos resistir rayos que afectan gravemente a otros animales o humanos. Solo en América la población asciende a más de un millón de ejemplares, de costumbres trashumantes, migran más de 5000 kilómetros anuales, a una velocidad entre 15 y 50 K/día. Se alimenta de hojas y tallos tiernos, líquenes y hongos, incluso algunos venenosos como ranúnculos, si bien en tiempos de hambruna ingieren pequeños roedores, aves y huevos, y los machos, en celo, dejan de comer totalmente, perdiendo así gran parte de su masa muscular. El pelaje zaino oscuro puede variar notablemente según el hábitat. Otras de sus características: prominente papada debajo del cuello; capa espesa de vello bajo su pelambre, para soportar temperaturas que alcanzan 50º bajo cero, y las crines, que se tornan blancas en época de reproducción. Sus depredadores naturales son el oso polar y gris, lobos, águilas y glotones. En el norte de Escandinavia y Rusia, se ha convertido en una riqueza ganadera importante desde el siglo XVI, al punto que, en Suecia, Noruega y Finlandia, todos los renos tienen propietario, y su explotación está estrictamente controlada y regulada como privilegio de los aborígenes Lapones y Sami. 

Las primeras historias sobre el vínculo del gran astado con Argentina, comienza en 1906, con el arribo del carguero Córcega a Tierra del Fuego, transportando dos machos y dos hembras, importados mediante un decreto del Gobierno Nacional, que auspiciaba su aclimatación en nuestro territorio con el fin de explotar su carne, leche y cueros. Luego, en 1911, llegó otro contingente a nuestras Islas Georgias del Sur, diez ejemplares entre machos y hembras. Según historiadores británicos. Casi en simultáneo, un segundo grupo desembarcó no muy lejos, en la península antártica de Barff, – donde se reprodujeron sorprendentemente, hasta la cantidad de 3000, si bien por causas que se desconocen, ese importante nicho zoológico decreció hasta los 1300, censados en 1972. Sin embargo, parte de esa población, logró atravesar el glaciar Cook – Georgias -, instalándose en Royal Bay, donde a la fecha se contabilizan 600. Otros pioneros, de dudosa identificación, incorporaron 20 renos en las inmediaciones del puerto Leith Harbour, próximo a la Bahía Stromness, una manada que tuvo su terrible cuota de mala suerte, ya que fue exterminada por un alud de nieve y rocas. Más tarde, en 1925, 7 nuevos huéspedes arribaron a Husvik Harbour, ubicado en la Isla San Pedro, Georgias, con gran suceso, ya que el último conteo, en 1987, arrojó 800 animales; en 1925, el barco Arpón, de bandera argentina, trasladó otros 20 a la Isla Fueguina y, por último, mediante una iniciativa del Ministerio de Marina de la Nación Argentina, en 1948, se introdujeron 26 de Canadá, nuevamente a Tierra del Fuego, grupo que, lamentablemente, fue exterminado por el furtivismo   

Hasta aquí, la cronología más menos conocida de su presencia en territorios patrios que, junto a las Malvinas, nos fueran usurpados por los ingleses.

En otro orden de cosas, la llegada de aventureros y oportunistas derivó, en su momento, en consecuencias no deseadas. Ya desde los comienzos del siglo pasado, un grupo de noruegos, encabezados por Karl Larsen, a bordo de Fortune, diversificó el negocio cárneo al descubrir que, el Atlántico Sur, era un reservorio incalculable de ballenas. Ni lerdos ni perezosos instalaron la primera factoría en Grytvike, Georgias, iniciando una descontrolada matanza de cetáceos, que aún continúa.

En conclusión, los cazadores argentinos tendríamos, potencialmente, la posibilidad de cazar renos o caribúes en nuestro suelo, ya que nuestro clima lo permite y la lejanía no es obstáculo para los intrépidos que integran la gran cofradía montera, muchos de cuyos miembros traquetearon latitudes insólitas, desde Alaska hasta Siberia, y desde África hasta Anatolia. Claro que, para ello, son indispensables entidades aglutinantes serias, con capacidad de convocatoria, conocimientos y liderazgo, más allá de cenas y medición de trofeos. Entidades sin fines de lucro, con representatividad política suficiente para peticionar ante las autoridades, y obtener que el Gobierno apoye al turismo cinegético en esas latitudes, que bien lo necesita.

De esa forma, la actividad venatoria y sus colaterales, hubieran evitado que el valioso nicho de renos Fueguinos desapareciera.