Sexto Sentido

Por Juan Campomar

Habíamos dejado el campamento a la mañana temprano y bajábamos por la polvorienta ruta que une Pandenamatenga con Kasane, cuando súbitamente sentí repetidos golpes en el techo de la Toyota, sumados a una confusa y excitada vocinglería. Los trakers habían olvidado un buen kudú y se salían de los pantalones por rastrearlo. Nada de eso sucedió: mi PWH (cazador profesional) clavó los frenos, bajó del vehículo a toda prisa y, con palabras tajantes, retó a los bushman, luego de lo cual volvió a subir al vehículo y continuó la marcha.

No entendía nada y, por lo tanto, traté de averiguar algo sobre tan desconcertante actitud. “Les dije repetidas veces que no se alarmen ni muestren excitación cuando están cazando”, dijo Bert, lacónicamente. “A ese kudú podríamos rastrearlo todo el día sin encontrarlo jamás, porque ya lo pusieron nervioso y alerta. Acá, en África, los animales aprenden a presentir las situaciones de riesgo; si no, no sobrevivirían a las emboscadas de leones y leopardos. Tienen un sexto sentido”.

“Esa no la escuché nunca”, dije para mis adentros y me quedé meditando el tema. ¿Pero es que realmente los animales de caza tienen un sexto sentido? Algunos sabemos que sí; pero se trata de apreciaciones subjetivas, no medibles, que forman parte de la experiencia que se acumula con el tiempo. Es simplemente la certeza que más allá de los cinco sentidos, existe una sintonía entre el cazador y su presa que bien podría considerarse “el sexto sentido”.

Hacer unos cuantos años, el dueño de un establecimiento me avisó que el puestero del fondo del campo, le había comunicado que todas las mañanas veía tres ciervos grandes comiendo en un sembrado. Cuando nos pusimos a charlar con el hombre, este me confirmó definitivamente lo que había expresado mi amigo.

Para González (así se llamaba el puestero) no había más que salir a las seis de la mañana de a caballo, cruzar una isleta de monte y encontrar los tres ciervos comiendo al borde del sembrado, pegarles un tiro y “volver a las casas” a comer un churrasco. Se trataba de un hecho prácticamente consumado.

A la mañana siguiente, seguimos meticulosamente lo planeado, pero hubo una variante importante; los ciervos no estaban. Los buscamos en varios sitios, pero no aparecieron; tampoco los vimos los cuatro días subsiguientes que tozudamente repetimos la maniobra. Al mes siguiente, cuando volví a visitarlo me dijo que a los dos días y por varios más, los volvió a ver en el mismo sitio. No me cabía la menor duda de lo que González me decía: los ciervos estaban ahí, pero cuando apareció el cazador en la escena, se volatilizaron.

Muchos de los que trabajan en el campo, al recórrelo de a caballo, sin rifles y con el pensamiento puesto en otras actividades, vemos animales de caza con mucha mayor frecuencia que cuando salimos a cazarlos, y si por casualidad usted anduvo caminando varias horas detrás de algún ciervo y vuelve al campamento cansado y decepcionado, no se asombre si algún paisano viene a decirle que él vio su trofeo esa misma mañana y que casi se lo llevó por delante. Créaselo: casi seguro que no le está tomando el pelo.

Muchos habrán visto las películas documentales de África en la que perezosos y panzones leones cruzan la sabana displicentemente, ante la serena mirada de cebras, impalas y gñus, que no muestran mayor perturbación ante la presencia desembozada de sus temidos predadores. Mientras que, en otras ocasiones, esos mismos animales, próximos a las charcas, manifiestan síntomas de extremo nerviosismo, aunque no se vea ningún predador amenazante en las proximidades.

Todos estos ejemplos describen situaciones donde la presa ha captado el peligro del cazador o predador al acecho. Pero también puedo dar ejemplos opuestos donde el cazador apostado o en trance de peligro, es el que capta la presencia de su presa.

En algunas ocasiones, mientras transcurrían las interminables horas de espera en algún apostadero pampeano, presentía la presencia de algún jabalí sin que ningún otro signo visible se hiciese manifiesto. Una vez, incluso, un sobresalto me saco del sueño profundo para encontrarme con un chancho tomando agua en el charco. En esas largas horas de quietud, no todo el monte duerme; es común escuchar cada tanto pisadas, desplazamiento de ramas o pastos, o algún otro ruido de procedencia desconocida.

Tales sonidos provienen de un sinnúmero de fuentes: vacas, caballos, peludos, vizcachas, aves de presas nocturnas, ratones, liebres, zorros, etc.

Sin embargo, es difícil que los pueda confundir con los de un ciervo o jabalí, no solo porque la experiencia me ha enseñado a diferenciar los sonidos y el modo de caminar propio de cada especie, sino porque además, hay una inexplicable sensación de “presencia” que delata al animal aunque sea sigiloso.

En estos casos se trata de la tensión probablemente psíquica que proviene del animal, que al saber que la aguada es un lugar de riesgo, nos manda su mensaje de energía.

Jim Corbett relata en varios episodios de sus apasionantes enfrentamientos con los comedores de hombres, como presentía la presencia del tigre o leopardo, quien lo estaba acechando, incluso expresa que en una ocasión, cazando al leopardo cebado de Rudraprayag, ese sexto sentido, le salvó la vida. Corbett solía regresar solo en las noches más oscuras transitando los senderos de su India natal, protegido solamente por ese sexto sentido en el que tanto confiaba.
John Taylor en su libro: “Comedores de Hombre”, hace mención de ese mismo sentido.

Leonard Lee Rue, fotógrafo profesional y uno de los más notables estudiosos del comportamiento animal, dice textualmente: “Frecuentemente se menciona el sexto sentido de los animales. Existe, lo he experimentado personalmente, aunque no pueda explicar lo que es.

He visto gatos dormidos, despertarse al aparecer un ratón, y un zorro profundamente dormido, despertar de golpe, y huir precipitadamente ante la presencia de un lobo.

También comenta: Como soy sordo, muchas veces al fotografiar animales peligrosos estoy expuesto al peligro. En esas ocasiones, sin ningún sonido para prevenirme, mi cuerpo es recorrido por una suerte de campo sensible a las vibraciones que me circundan, se me paran los pelos y me siento más receptivo. Numerosas personas han manifestado similares sensaciones cuando son expuestas al peligro.

Las experiencias relatadas nos demuestran que a veces, existe una comunicación telepática entre predados y predadores; entre víctimas y victimarios.

Estas comunicaciones son esporádicas y discontinuas, pues por periodos intermitentes estamos más receptores o transmisores que habitualmente.

Este fenómeno depende de varios factores no bien precisados, donde juega un rol preponderante la concentración y el relajamiento de la mente.

Si el destinatario del mensaje esta “enchufado”, recibirá el mensaje y se alertará para eludir el peligro; pero si, como sucede frecuentemente, tiene el “transmisor” apagado, pagará con su vida, la falta de percepción.

Creo que en ambas puntas de esa línea invisible, hay individuos más receptivo-transmisores que otros; los cambios de frecuencia están ligados a os periodos de relajación-tensión, propios de todos los seres vivientes, pero es evidente que hay individuos más alertas o perceptivos que otros.

La alarma se activa cuando una de las partes concentra y eleva su energía psíquica. Es el caso del cazador o predador que tiene toda la atención concentrada en un punto, la victima; o cuando, inversamente, la presa se aproxima a un sitio donde teme ser atacada. Entonces, al concentrar su atención en el pasadizo, la charca, o el claro donde espera ser emboscada, librea la misma energía que es captada en la otra punta del cable, el predador, Así se cierra el circuito, que solo se interrumpe cuando uno de los dos actores está desconectado por la relajación.

A juzgar por los relatos de los más experimentados cazadores profesionales, la percepción se motoriza en las situaciones de peligro. No es de pura casualidad que Corbett, Taylor y otros, la hayan desarrollado más allá de lo normal debido al peligro de muerte que constantemente corrían al ser acechados por los comedores de hombres.

Es posible que el sexto sentido crezca y se agudice también con el correr de los años; con las experiencias vividas y con la pasión que ponemos en las distintas situaciones de caza, pues se me ocurre que ésta intuición se acrecienta en los estados de alta emotividad. Al menos esa es mi experiencia.

Posiblemente suceda lo mismo con los animales de presa. La experiencia de haber sobrevivido varias temporadas, a emboscadas y lances fallidos, activa sus mecanismos de supervivencia. La suspicacia, la velocidad para identificar el peligro, la sagacidad para advertir todo aquello que esta fuera de lugar, forma parte de ese sexto sentido que se va haciendo carne en los “viejos matreros” que todos, infructuosamente, alguna vez en nuestra experiencia cinegética hemos querido dar caza.

Siempre va a existir el minuto fatal; la experiencia no registrada en el archivo mental; el error que termina con la muerte. Pero, honestamente, creo que son tantos los que se mueren de viejos como los que terminan colgados de la pared. Son muy pocos los ciervos viejos que se cazan cada año.

Hasta el momento es poco lo que se conoce acerca de los mecanismos psíquicos y de los niveles de aprendizaje en rumiantes y carnívoros, pero es mucho lo que ha progresado en estos últimos años.

No me extraña que en un futuro no muy lejano, notas como ésta queden totalmente desactualizadas por investigaciones de alto rigor científico. Cada día se hace más elocuente el hecho de que en todos los niveles de la zoología, los animales, poseen un universo de percepciones que el hombre recién comienza a interpretar.

Ultrasonidos, radiaciones infrarrojas o ultravioleta, sensaciones táctiles aún no conocidas, son algunos de los campos de la biofísica aún por explorar.

En lo que concierne a la socio-biología, nuevas relaciones entre especies, o desconocidas interacciones sociales entre animales de la misma especie, o familias vinculo existente con específicos afines, así como también las percepciones telepáticas desarrolladas a través de la evolución entre la presa y el predador, son aspectos que la ciencia del futuro podrá aclarar, y desmitificará los que hoy, por no poseer mayor información, creemos en el sexto sentido.

Estoy convencido de que dentro de nuestra propia especie, se desarrollan idénticos mecanismos: el Homo Sapiens sobrevivió gracias a ellos.

Nuestros antepasados paleolíticos deben haber desarrollado en profundidad, mecanismos extrasensoriales que les permitieron eludir el peligro de los predadores, que por aquel entonces, los acosaba por doquier.

Desaparecido el riesgo de la predación, gracias al ascenso continuo dela inteligencia, y ya dueño absoluto de un nuevo universo, el hombre relaja y adormece el milenario sexto sentido, que hoy solo aflora esporádicamente como resabios de un pasado de terror, en aquellos que, practicando el mismo rito milenario de la caza, hemos sido capaces de perpetuarlo.

Juan Campomar