¿Somos todos asesinos?

Por Carlos Rebella.

Leyendo el libro de Jean Meckert, “Nous sommes tous assassins”, no pude menos que rescatar algunos pensamientos que tienen que ver con la tormentosa relación de la caza y nuestra sociedad pacata, empeñada en defenestrar la tarea venatoria invocando el viejo prejuicio que demoniza la muerte de un animal.
Las reflexiones de Meckert demuestran lo contrario cuando dice que “…nadie puede ser verdaderamente honesto si no respeta a la verdad despojado de hipocresía…” Con su poder de síntesis nos conduce al análisis desapasionado – entre otros – de la conducta humana frente a un aspecto tan central como la preservación de lo natural.
He repetido muchas veces que la tozudez con que seudos conservacionistas nos condenan, no resiste el menor análisis. Cuando fui convocado para hablar y debatir en las sedes de Clubes, Asociaciones o Círculos de cazadores del país y el exterior obviamente coincidimos, pero en otros estrados como el afamado Colegio Holters, el Auditorio de la Facultad de Ciencias Naturales, prensa escrita o canales televisivos, no pude evitar percibir la invisible bruma de los prejuicios. Rescato lo ocurrido precisamente en la Facultad mencionada, donde una charla pactada para 45´ se prolongó una hora y media, incluida una invasión de estudiantes terciarios que se acercaron para continuar el debate sobre la incidencia de la caza en la conservación de las especies. Con franqueza de intelectuales con la mente abierta, confesaron que en sus planes de estudios no se incluye ninguna alusión al respecto, lo que estimaron como una falencia. Enfáticamente, los futuros profesionales aceptaron que ignoraban la interrelación de la caza y la conservación, además de rechazar el tratamiento de asesinos con que nos honró la Sociedad Protectora de Animales… Algo es algo…
En general, en respuesta a los contundentes argumentos basados en insospechables conclusiones científicas internacionales, no hallé respuestas sostenibles, sino evasivas y aleluyas sobre el amor por los animales, loable pero nocivo cuando lo ciega la intolerancia para escuchar, una posición que siembra confusión entre jóvenes, indecisos y/o inexpertos. En definitiva, nadie tomó al toro por las astas presentando planes taxativos para ordenar la reproducción anárquica – por ejemplo – de las palomas citadinas, más allá de ratificarlas como símbolo de la paz… Todos claman para que las autoridades adopten medidas que controlen su desaforada reproducción – como si fuese posible por arte de magia – que ocasiona millones de dólares en pérdidas que pagamos todos. Terrazas cubiertas de guano, cableados afectados, desagües taponados, transmisión de enfermedades, frentes, balcones y aceras cubiertas de bosta, zapatos que transportan a sus hogares peligrosas bacterias son algunas de las consecuencias resultantes de la protección extremista. Mientras tanto y para colmo del absurdo se gastan fortunas en desratizar, matar hormigas, esterilizar gatos y perros o exterminar murciélagos entre otros bichos que parecieran marcianos, no animales… Otra plaga que se les ha ido de las manos a los ultra son los millones de cotorras que asuelan sembrados, nidifican en las torres de alta tensión, molinos de viento, árboles y galpones, generando más pérdidas e inconvenientes como si no fueran suficientes los fenómenos meteorológicos que azotan nuestro agro.
No es necesario redundar acerca de mi opinión al respecto, pero atento al provocativo libro del gran escritor, puedo ampliar sin anestesia mi opinión sobre los fundamentalistas, que han adoptado como propio el cliché del ecologismo desde una óptica cínica, hipócrita y acomodaticia. Vegetarianos, veganos o ambas cosas pretenden mostrar su postura como una ofrenda de amor a la vida, pero miran solapadamente al costado cuando echan al coleto un buen plato de hortalizas, frutas o semillas. Acaso no son seres vivos que agonizaron marchitándose lentamente? Según su perspectiva, no los asesinaron?
No podemos olvidar que la muerte de un ser animado constituye, nada más ni nada menos, un precepto divino que puede leerse en la Santa Biblia: “… todo lo que se mueve y tiene vida, igual que los vegetales, servirá de alimento…” Génesis 9: 3-4.
Siendo así, estos agresivos fanáticos como el pez por su boca mueren: ya son miembros del Club de los criminales…
Curiosamente la prensa, exceptuando la especializada, se cuida de tomar partido por temor a ofender a sectores poderosos que pueden afectar sus intereses: léase avisadores… Colaboré durante años desde las páginas de La Nación, Clarín y diarios del Interior, publicando nada más ni nada menos que media carilla semanal tratando de acercar luz a los problemas que enfrenta la fauna, y alertar a los jóvenes sobre la falsedad dicotómica caza y conservación, conceptos que son absolutamente interdependientes. Los artículos se sucedieron hasta que al unísono casi todos prescindieron de mis notas, y no seguramente por cuestiones de presupuesto, ya que en más de medio siglo como periodista sin título, – creo que a estas alturas no es necesario – por decisión propia jamás recibí remuneración por mis trabajos en defensa de la caza. Sólo me ha guiado la divulgación del milenario atavismo, la ética que nos autoimponemos la mayoría – siempre hay excepciones – y la divulgación de aventuras por el mundo. La verdad de la milanesa es que los que han levantado aquellas páginas lo hicieron temerosos de perder cuota publicitaria de encumbrados avisadores presionados por los llorosos extremistas. Observe el lector que mientras se difunden deportes cuestionados como el boxeo, carreras de caballos y autos, lucha, kick boxing, montañismo, canotaje extremo, trineo con perros y decenas más que ponen en riesgo vidas propias y ajenas, la caza es ignorada y vilipendiada. Para evitar suspicacias, la cita de estas actividades periodísticas no es descolgada ni mucho menos, viene a cuento para resaltar la dualidad de criterio de ciertos editores que se arrogan el derecho de proclamar asesinos buenos y asesinos malos…
Entre cientos de ejemplos relacionados con la teoría de Meckert, que prueban que no todos somos asesinos cuando de controlar la vida silvestre se trata, podría citarse a Namibia, Nación ubicada en el oeste africano que ha logrado multiplicar – como los panes del Señor – a la fauna que marfileros y carniceros llevaron al borde de la extinción. Cuál fue el sistema adoptado? Ni más ni menos que la caza deportiva, convertida irónicamente en la principal industria y sostén de la población y el Estado. El democrático país ha legalizado la actividad de miles de zoocidas, si se me permite el neologismo… Debo agregar que en Europa, Norteamérica y Rusia entre otros, centenares de publicaciones NO especializadas divulgan nuestro deporte según sus intereses: camping, ropa, zapatos, sombreros, armas, mochilas, etc.etc.
En el mismo sentido, el gobierno de E.E.U.U. incentiva la caza a través de políticas consistentes que lograron uno de los impactos conservacionistas más importantes del orbe: en apenas cinco décadas, la población de ciervos cola blanca o white tail, trepó de 400.000 a más de 20.000.000!!! de ejemplares, aún y a pesar de la enorme presión cinegética que se fomenta con permisos de caza de muy bajo costo… Otro ejemplo proviene del país que más y mejor ha explotado la caza deportiva y/o comercial: Sudáfrica. Por los mismos motivos y medios, no solo incrementó sus manadas silvestres, sino enriquece las arcas del Estado con 20.000.000 millones de dólares anuales; revertió las expectativas preocupantes de sus grandes felinos; auspició la creación de 7000 farms o cotos de caza que ocupan más de 12.000.000 de hectáreas; respalda a una floreciente industria que atrae 7000 cazadores extranjeros y 240.000 oriundos anualmente, que proporciona trabajo estable a más de 50.000 nativos. Las utilidades de tan brillante gestión se vuelcan en mejorar la infraestructura caminera, incrementar la vigilancia de flora y fauna, alimentar animales en épocas de sequía, controlar el furtivismo, comercio ilegal y fomentar el turismo. Ante estas verdades de peso algo no cierra en Argentina. Será que países líderes y/o emergentes están equivocados? O nuestros compungidos proteccionistas-sectarios y sus cómplices son más papistas que el Papa?
Se ha instalado la idea que los grandes predadores, como el jaguar americano, están protegidos cuando se los recluye en reservas naturales como nuestro Parque Iguazú, en la provincia de Misiones. Sin ignorar que el gran felino se halla en estado de angustiante extinción en nuestro país, pretender convertir en Santuario una superficie de apenas 70.000 Hs. – un puntito en el mapa – es solo una burda quimera a largo plazo. Atento a que el territorio que necesita para sobrevivir un macho yaguareté adulto asciende a 5000 Hs., y las hembras la mitad aproximadamente, una cuenta sencilla demuestra que en esa Reserva caben apenas 10 animales, más o menos la insignificante población actual. Pero, siempre hay un pero, la cosa no es tan sencilla. El gran gato se alimenta con la fauna asentada en esa área, donde durante miles de años sobrevivió competiendo con fuerza o astucia en la eterna disyuntiva: matar o morir. Pero el mundo cambió – qué novedad – y el felino no encaja como antes en el nuevo orden. Como reclamo soluciones a nuestros detractores, no quiero pecar como ellos: ya que es imposible retrotraer la población a miles de felinos, aplaquemos nuestra conciencia por el desastre consumado manteniendo reservas valladas donde se pueda perpetuar a la especie para nosotros y nuestros descendientes, por medio de una gestión realista que contemple aportar fondos genuinos. Esos reductos puede cobijar, alimentada convenientemente, a una limitada cantidad de animales, y cuando el crecimiento demográfico excede el número, los excedentes deben eliminarse por el rifle sanitario – caro, fuente de corrupción y obsoleto – o la caza deportiva, práctica y selectiva, Un permiso para cazar un tigre americano, jaguar o yaguareté, puede generar 50.000 dólares, y hay miles de cazadores deportivos en todo el mundo ansiosos adquirirlo. Con dos o tres abates anuales se paga la comida de toda la población. Y si el manejo es correcto la cifra puede triplicarse en pocas décadas.
En cambio, con las políticas adoptadas, la naturaleza hace su juego y termina en desastre. cuando el gran predador americano percibe que sus presas naturales emigran, solo debe seguir sus rastros para hallarlos en los campos privados vecinos, desatando un insoluble conflicto de intereses. En su camino el gato encuentra vacas, ovejas y potrillos mucho menos arduos para matar que los huidizos tapires, venados o pecaríes, y se los come desatando la guerra: el hombre hace justicia por su mano ante el invasor que destruye su trabajo, planteando un enigma difícil de aprobar o criticar. Represalias legales? No existen en la práctica, ya que los recursos de la provincia deben atender a problemas políticamente correctos… El número de guarda parques, que no aparece publicado en Internet, es irrisorio para custodiar semejante patrimonio, cuyas cataratas constituyen una de las Siete Maravillas del Mundo.
En definitiva, el famoso autor que nos llevó de su mano por estos renglones, en algo tiene razón: según la óptica con que se mire, somos todos asesinos…
En nuestro país, en cambio, se continúa con la facilista costumbre de prohibir por prohibir o la ley del menor esfuerzo.
Es erróneo creer que abolir la caza deportiva es la panacea para salvar especies. La realidad, única verdad, indica que solo la explotación cinegética genera dinero cash, el mejor incentivo para que los nativos comprendan que una res viva vale mucho más que una muerta o unos kilos de carne. Como resultado no deseado pero más que efectivo, los que matan para comer se convierten motu proprio en denunciantes del furtivismo, que afecta su nuevo trabajo.
Sería interesante que algún miembro de las organizaciones anti caza recogiera el guante replicando cada una de estas aseveraciones. Con testimonios y sin obcecación prejuiciosa.
Una buena forma de lograr que algunos sean menos asesinos que otros…