Me levante apenas comenzó a clarear. Se percibía una leve brisa fresca esa mañana que traía desde la cocina el irresistible aroma a café recién colado. El desayuno estaba servido en el quincho comedor, y si bien no era el de un hotel cinco estrellas, no me podía quejar. Ahí, prácticamente en el confín del mundo tenía al alcance de mi mano una mesa pulcramente servida con frutas, panes, quesos, manteca, miel y por supuesto la infaltable panceta ahumada y huevos revueltos. Me sentía exultante de alegría, en solo dos días de cacería había logrado un leopardo y en tierra tanzana.
Café de por medio, entablamos una animada conversación con el PH y diagramamos el proyecto para ese día, se lo dedicaríamos a los hipopótamos. Estas bestias adoran el agua, pueden pasar hasta dieciséis horas sumergidos en ríos y lagos para mantener su cuerpo fresco y protegido del sol africano, son buenos nadadores y pueden aguantar la respiración bajo el agua hasta cinco minutos. Los ojos y orificios nasales se encuentran en la parte superior de su cabeza, lo que les permite ver y respirar mientras mantienen la mayor parte del cuerpo en el agua. Suelen descansar en las orillas y segregan una substancia aceitosa de color rojo, por lo que a veces se dice que sudan sangre, sin embargo se trata de un “protector solar” que ellos mismos producen, que humedece su piel y los protege contra los gérmenes. Generalmente al atardecer dejan el agua y se marchan a pastar, pueden caminar en fila hasta diez kilómetros por la noche y consumir treintaicinco kilos de hierba, lo que no es mucho teniendo en cuenta su enorme tamaño. Si se sienten amenazados correrán hasta llegar al agua, pudiendo alcanzar la velocidad del hombre en cortas distancias.
El sol aún no se había despegado del horizonte cuando iniciamos la marcha bordeando el río, veinte minutos más tarde sorpresivamente giramos al sur buscando el mítico río Rufiji. Durante tres horas nos desplazamos por una senda abierta en lo más intrincado de la selva, fue alentador ver pequeñas manadas de impalas, hartebeest, cebras y los infaltables pocos agraciados warthog.
Me preguntaba porque iríamos tan lejos del campamento, si a pocos metros de él había más hippos y cocodrilos de los que podíamos contar. Hasta ese momento desconocía que cazar cerca del campamento era el último recurso.
Llegamos a media mañana, detuvimos el vehículo, descendimos el PH, dos porteadores, un pistero y yo, en silencio iniciamos la marcha a pie, algo difícil de sostener ya que el suelo tapizado de hojas secas crujía a nuestro paso. Entre los porteadores sucedió algo gracioso, tenían rango entre ellos, uno estaba bajo las órdenes del otro. El más importante llevaba el .458, mientras su segundo lo hacía con el .375 Siempre he portado el rifle de mayor calibre, pero los años no vienen solos, cuando hay que caminar entre arbustos espinosos y en posiciones no muy cómodas me resultan pesados.
Por fin llegamos a la orilla, el río no tenía más de cien metros de ancho, el PH y el pistero se adelantaron y después de un buen rato lo hicimos nosotros. No podía creer lo que veía, literalmente estaba plagado de hippos y también de cocodrilos.
Existen dos formas de cazar un buen macho en un río, una es disparándole desde dentro del agua, llegando hasta ellos en una pequeña canoa, pero aquí existe el riesgo que el disparo sea menos certero por la inestabilidad de la embarcación, además se está expuesto a que la manada se ponga nerviosa y nosotros estemos en su camino. De cualquier manera, ese no era nuestro problema, ya que intentaríamos cazarlo desde tierra firme, cuando se presentara un buen macho, lo que tampoco es fácil de identificar, ya que asomando solo la nariz y los ojos es difícil, a no ser que podamos verlos con la boca abierta y vislumbrar sus colmillos.
Había varias manadas sumergidas en el agua, se los veía tranquilos… En esas condiciones cuesta creer que su caza sea considerada peligrosa, y que la carga de esa mole, tanto en el agua como fuera de ella sea tan temible como la del más furibundo búfalo, por ello se dice que no es apta para cazadores sin experiencia o con puntería poco fina. Luego de observarlos con detenimiento el PH identificó uno que para él era excelente y con seguridad dijo;
-El de la izquierda es muy bueno, cuando este seguro dispare.
El segundo porteador puso en mis manos el .375 con el cerrojo abierto, introduje un proyectil de 300 grains de punta sólida y a pie firme, sin necesidad del clásico trípode, lo enfoqué, no estaba a más de ochenta metros. En uno de sus movimientos asomo su enorme cabeza, centré la mira entre sus ojos directo a su pequeño cerebro, buscando abatirlo con el primer disparo.
Inmediatamente se hundió y fue necesario esperar casi dos horas para que el contenido de su estómago fermentara y el gas resultante hiciera que el cuerpo salga a la superficie. Una vez arriba surgió otro problema; acercarse hasta el hippo ya que parte de su manada todavía estaba en el agua. Los ayudantes que conformaban el grupo llegaron hasta él nadando para amarrarlo con una larga soga y traerlo hacia la orilla donde sería trozado. En honor a la verdad, hoy, reviviendo lo que paso a través de las fotografías, puedo asegurar que fue una tarea imprudente.
Después de agotadoras horas de trabajo se pudo separar la cabeza del cuerpo, su piel extremadamente dura y gruesa, sumado a una espesa capa de grasa más la carne hicieron que la tarea fuera faraónica. Para los nativos la carne del hippo es una excelente fuente de alimentación, de hecho lo cazan con ese único fin. Solo sacamos los lomos que pesaban unos treinta kilos cada uno para llevar al campamento, junto a la cabeza que luego acondicionaríamos. El resto del animal quedó en la orilla del río como cebo para los cocodrilos. En dos o tres días regresaríamos y sería el turno de ellos.
Fue un lento regreso, todos estábamos demasiados cansados, sin embargo no podía sustraerme al encanto del atardecer. Había sido un día muy caluroso y la tarde no era la excepción. A medida que las sombras empezaron a descender la selva se fue poblando de colores y sonidos, el horizonte se tiño de azul, rosa y bermellón y cuando finalmente el sol se ocultó todos esos tonos dieron lugar a un espectáculo maravilloso.
Tal como presentí esa mañana, había sido un día glorioso. La noche nos sorprendió antes de llegar al campamento que me pareció un oasis en medio del desierto. Apenas descendí del carro de safari uno de los ayudantes me acercó una toallita húmeda y tibia, fue una caricia en la piel reseca de mi rostro, mientras otro me ofrecía una copa de vino blanco bien frío, ¡que placer inesperado! Me di un baño que le devolvió color a mi cuerpo y esperamos la cena alrededor de un buen fuego, cómodamente instalados.
¿Qué más podía pedir? Solo me quedaba dar gracias a Dios por todo esto.
