Muy recientemente, la prensa se hizo eco de episodios que, grupos ecologistas independientes, poblaciones rurales y amplias regiones de varias provincias, conocen de primera mano: el jabalí ha excedido, en zonas puntuales, su condición de plaga para la agricultura y la ganadería, convirtiéndose de hecho, en un peligro para los vecindarios, donde asaltan contenedores de residuos, atacan personas, destrozan huertas, provocan accidentes viales, y transmiten enfermedades.
Para quien esto escribe no es sorprendente, y creo que tampoco para los lectores informados frecuentemente sobre un problema que, la sociedad pacata en particular, se empeñó en silenciar hasta que afectó el patio trasero de su casa. Las palomas debieron convertirse en epidemia para que los fundamentalistas de la protección – por fin – alzaran su voz reclamando control, que, traducido, significa diezmo, un término hasta hace poco rechazado hipócritamente, que ahora utilizan sin ruborizarse al contemplar sus plazas públicas, balcones, desagües, terrazas, automóviles, veredas, etc., cubiertos de bosta de las aves. Curiosamente, el diario rosarino La Capital, publicó un proyecto de ley para equilibrar la población de palomas y cotorras por medio de los rifles de aire comprimido, y hondas o gomera, disponiendo, además, que la carne sea distribuida entre la población carenciada. Más allá del enorme desatino, – una propuesta cuasi cómica si no fuera trágica, al evidenciar la incapacidad de las autoridades sanitarias y de seguridad – el intento no hace más que reflejar la impotencia de los que hasta ayer atacaron con obcecación, la prédica de los cazadores y no cazadores conservacionistas, que aconsejaban el control sanitario.

El actual desmadre de los suidos en la provincia de Buenos Aires, La Pampa, Río Negro y otros Estados, nos encuentra, como siempre, indefensos y sin planificación definida, más allá de la trillada preocupación expresada por las autoridades. ¿Qué preocupación, pregunto? ¿La que debieron mostrar cuando los cazadores deportivos alertamos sobre este peligro, hace décadas…?
Tan importante, oneroso y problemático es el manejo de especies fuera de control, que bastan pocas cifras para evidenciar que no es un problema menor, y merece la atención de expertos, científicos, especialistas y cazadores, no solo políticos de turno.
Sirva como ejemplo la situación en España, uno de los países que mejor administra la fauna silvestre como bien renovable, sustentable y al servicio de la población. En 1980 se abatían, a través de la caza reglamentada, alrededor de 30.000 marranos anuales, cifra que en 2019 alcanzó más de 300.000. Sin embargo, a pesar de tan impactante crecimiento, no ha podido ser contenido adecuadamente, pues continúa asolando rutas y centros urbanos en busca de alimento. FEDENCA, una de las Federaciones de Caza españolas, asegura que su población excede los dos millones y medio de animales, (2.500.000), que comen de todo y paren hasta tres veces por año. Por su parte, las autoridades denuncian que, solo en 2019, provocaron 7.000 accidentes viales y 58 muertes, la Sociedad de Productores Agropecuarios, asegura que sus pérdidas anuales superan los 27 millones de Euros. ¿Debemos esperar estos desastres en nuestro territorio para despertar?
Las plagas en general, afectan negativamente la salud de las personas y la seguridad alimentaria. En las últimas décadas, la población de jabalíes se ha multiplicado exponencialmente, y junto a ese fenómeno, aumentó en forma alarmante la cantidad de casos de triquinosis y fiebre porcina, calamidad agravada por su inédita audacia para merodear centros urbanos. Otra de las principales consecuencias, son los crecientes conflictos con la ganadería, la agricultura y la sanidad animal doméstica. El pariente de nuestro cerdo doméstico, se ha convertido en una especie-problema, o especie-plaga. Entre nosotros, y aunque no existen censos a gran escala que permitan conocer cifras reales, se han descrito densidades superiores a los 12 ejemplares por kilómetro cuadrado, a pesar del aumento de los abates deportivos, una tendencia que no ha logrado impedir el fuerte incremento poblacional de los puercos. Según la Comunidad de Madrid, donde la cantidad de bestias cazadas se ha duplicado durante las últimas cinco temporadas, no se han logrado resultados alentadores en Madrid, Barcelona u Oviedo. Lógico, el hábitat urbano y per urbano, puede cubrir holgadamente las necesidades del jabalí, donde dispone de alimento abundante, zonas con vegetación, y refugios suficientes. Gestionar el problema no es fácil, y creo que puede lograrse modificando los patrones aplicados hasta la fecha, ya que la transformación y desarrollo mundial exige nuevas ideas superadoras. En primer lugar, debería informarse masivamente al público – global – sobre este brote que trasciende fronteras. Hay millones de personas que, sin relación directa con la caza y las plagas, mantienen latentes movimientos ambientalistas que funcionan como órganos de presión para las autoridades. Luego, actuar en forma coordinada con los núcleos poblacionales periféricos urbanos, fuentes de alimento y espacios de amparo. Habrá que eliminar – lisa y llanamente – a los ejemplares que supongan peligro de vida, reincidentes o agresivos, contando con la ayuda de expertos en eco patología de fauna salvaje y ecologistas de campo. Sabemos que los navajeros son particularmente prolíficos: su reproducción puede comenzar en el primer año de vida, y cada gestación resulta en un promedio de cuatro rayones, aunque – gracias a Dios – la supervivencia de las crías es relativamente baja, pues apenas la mitad alcanza la etapa reproductiva. En la mayor parte de Europa, los ejemplares mayores de 1 año tienen poca mortandad anual, solo el 50%, y esto se debe particularmente a la caza. Al respecto, se calcula que la extracción mediante la actividad cinegética, si se pretende compensar la proliferación anual, debería superar el 65% del total poblacional, es decir, solo cazando dos tercios de la población se lograría – apenas – frenar su crecimiento. Atención Directores de Fauna, cada región debe ser ponderada según el impacto que ocasiona el predador, a fin de regular cupos y temporadas, y en los casos extremos, es imprescindible el raleo, resistiendo presiones y sensiblerías. Si la temporada de caza en bien de la comunidad, debe extenderse todo el año, que así sea. Si yerran, favorecerán la caza furtiva, el uso de trampas, venenos, etc. Justicia por mano propia, que le dicen…
El uso intensivo del suelo favorece al bandido, pues aumenta sin pausa la superficie forestal y cerealera. Dejar de cosechar parte de la recría anual, es impulsar la multiplicación no deseada de las especies problemáticas. Se ha comprobado que el crecimiento vegetativo, en la península Ibérica, fue del 6% entre 2000 y 2014, y se calcula que, en ausencia de la actividad venatoria, hubiera trepado al 40%... Debe constar que debí recurrir a datos y estadísticas foráneas, a falta de sondeos nacionales serios…
La caza contribuye, en forma significativa a la regulación, pero no basta. Es urgente trabajar en varios frentes: conocer con precisión la capacidad de acogida del hábitat, y mejorar la protección de los cultivos monitoreando permanentemente, con la ayuda de biólogos naturalistas y cazadores, a fin de lograr eficacia montera y supervivencia de una actividad que genera grandes beneficios para la comunidad.
Por otra parte, una de las soluciones que conjuga intereses y control, es la explotación sustentable de la especie como actividad secundaria de los Establecimientos rurales afectados. Obviamente bajo supervisión estatal, se debe iniciar una campaña para demostrar a los damnificados – con argumentos sólidos y convincentes – que las ganancias derivadas de la caza deportiva, y/o comercial, son mucho más atractivas de lo que el hombre de campo – en general – imagina, y que, correctamente administrada, supera en mucho los perjuicios. El Estado debe alentar con beneficios puntuales – agilización de trámites burocráticos, faena, comercialización de carne y cueros, alientos impositivos, etc.- esta ocupación, usual en decenas de países.
Hemos repetido hasta el cansancio que los países de vanguardia, Sudáfrica, E.E.U.U., España, Inglaterra, Francia, Italia, Rusia etc. etc., están dominado los brotes de superpoblación de especies dañinas, incentivando la caza sostenible. En nuestro bendito país hemos alcanzado picos de locura administrativa inimaginables, como premiar en efectivo la matanza de jabalíes, antílopes o pumas para, a renglón seguido y ante el cambio de autoridades, vedar totalmente la caza. Estas incongruencias derivaron, en su momento, en irreparables actos de corrupción: es vox populis la maniobra delictiva perpetrada entre La Pampa y San Luis, cuando ambos Estados decidieron recompensar en efectivo, a quienes presentaran orejas de jabalí como prueba del abate de una especie plaga. Si no fuera trágico, sería cómico, porque el decreto derivó en un resonante acto de corrupción oficial: cuando se acumulaban varios miles en la primera, se trasladaban a la provincia vecina, donde nuevamente se premiaban… Este cohecho fue denunciado por la opinión pública, clubes de cazadores y medios escritos, sin que jamás se investigara.
Zapatero a tus zapatos no es un proverbio respetado entre nosotros, tampoco, puntualmente, en el exterior… Un ilustre desconocido político brasileño, el diputado Trípoli del Estado de San Pablo, se despachó, muy suelto de cuerpo, con un plan para prohibir – lisa y llanamente – la caza del jabalí en cualquiera de sus modalidades en territorio nacional. Afortunadamente, fue tan resonante el rechazo de los sectores interesados, ante semejante burrada, que la ley no fue sancionada. Con funcionarios idóneos para el cargo, estos papelones internacionales no ocurrirían…
Los ecos del dislate brasileño se escucharon en Uruguay. En el país hermano, los doctores Pedrosa, Osorno y Alves, referentes de la conservación de la fauna uruguaya, calificaron a la medida amagada por el ignoto Trípoli, como la dictadura de los falsos protectores, sosteniendo que los grupos ambientalistas son solo un sector de los actores interesados, y si desean soluciones desinfectadas de hipocresía, deben comprender que es necesaria la interacción entre todos los grupos sociales implicados. Prohibir la caza del destructor de un eco sistema puntual o potencial, solo favorece la reproducción incontrolada, y acentúa la colisión ambiental y económica. Por otra parte, los profesionales señalan que el jabalí es altamente nocivo para la fauna autóctona, puesto que es notorio su impacto en las nidadas de aves que empollan en el suelo, crías del ciervo de los pantanos, venado de las pampas y carpincho entre otros, altamente vulnerables al nacer. Es esclarecedora su reflexión final: “… estamos debatiendo más allá de lo científico y práctico, introduciéndonos absurdamente en lo filosófico, mientras crece la anarquía reproductiva…”
Para finalizar, e impedir que los árboles oculten el bosque, conviene recordar que el jabalí, aun encabezando la larga lista, no es la única calamidad socio – ecológica. Sería muy grave olvidar – como ejemplo – a los castores, que destruyen millones de hectáreas de bosques nativos en Tierra del Fuego; al conejo salvaje, que asuela varias provincias cordilleranas, y a ciertos antílopes y ciervos desmadrados.
Tal y como propuso el doctor Gerardo Pajares, clausurando las XX Jornadas Internacionales de Caza celebradas en España, la cinegética enfrenta el desafío de colocar la piedra fundamental de un “… CONTRATO SOCIAL, a fin de motorizar los medios para superar su condición de actividad de esparcimiento deportivo, integrándola a la Sociedad como colaboradora del bienestar social…” Lo reclaman los cambios globales a nivel mundial, las nuevas condiciones socio-económicas, y el crecimiento del tráfico de personas y mercancías, que piden amparo para la salud y la conservación de la biodiversidad silvestre y humana.