Un gran búfalo

Por Gustavo A. Jensen

Esta historia tuvo su inicio en la Convención del Safari Club de Reno, Nevada, EE. UU., a fines de enero de 2011. Allí llegué invitado por mi gran amigo catalán Alberto Cantos Muntos con el fin de conocer, en primer lugar, esta extraordinaria exposición de caza que reúne a los más afamados operadores de cacerías en actividad sobre la faz de la tierra, y en segundo término comprar alguna cacería de antílopes en África sin mayores pretensiones de trofeos, pues la idea de mi amigo era hacer un viaje distendido, sin una rutina diaria muy rigurosa y tirar muchos tiros, que en definitiva era lo que más le gustaba de la caza.

Pero como suele ocurrir en estos lugares donde la oferta de cacerías es fabulosa e ilimitada, sumado a la vorágine de los cazadores y los comentarios de algunos amigos que nos fuimos encontrando en los pasillos sobre lo que habían visto y comprado, poco a poco el imaginario olor a pólvora que nos fue rodeando y la ilusión de una nueva gran aventura en la tierra soñada, hizo que el futuro escenario de la cacería fuera cambiando y finalmente contrató una cacería en Tanzania, en la zona de los Masai, que incluía dos búfalos, una gacela de Grant, un impala, un hartebeest, una cebra y un facocero, para el mes de septiembre de ese mismo año.

Yo participaría de la cacería como acompañante, aunque después Alberto me dijo que su idea era que pudiéramos tirar un búfalo cada uno, de los dos que incluía el paquete, lo que negociaríamos con el white hunter una vez que estuviéramos en el terreno.

Viajé primeramente a Barcelona y de allí volamos juntos a Arusha, donde nos esperaban en el aeropuerto personal de Adams Clement Safaris. Luego de pasar la noche en un pintoresco lodge cercano a la ciudad, salimos en un Toyota Land Cruiser hacia el campamento de caza en un viaje de aproximadamente seis horas, por caminos de tierra y en pésimo estado, por un terreno semidesértico, con muy poco pasto y muchísimos animales que en pequeños rebaños (vacas, cabras y ovejas) eran custodiados muy de cerca por los masáis, con sus túnicas rojas y la lanza en la mano para protegerlos de algún león u otro depredador que pudiera acercárseles.

Felizmente, cuando nos fuimos aproximando a la zona de caza empezó a aparecer el monte bajo y espinoso, con menos ganado doméstico y algunos animales de caza, mejorando notablemente la calidad y cantidad de pastos.

El campamento estaba situado sobre una colina desde donde había una maravillosa y extensa vista de una gran parte de la concesión de caza, pudiendo observarse algunos animales a la distancia con la ayuda de los prismáticos, particularmente jirafas y cebras. Las instalaciones eran muy confortables, con cuatro o cinco carpas con doble techo y ventanas con mosquiteros, equipadas con un toilette completo y una ducha con agua caliente para cuando regresábamos por las tardes. Además, contaba con un comedor amplio y abierto donde nos servían el desayuno y la cena, ya que normalmente almorzábamos en el campo. Por supuesto que no podía faltar el fogón con algunos sillones ubicado al borde de la colina, donde nos sentábamos a charlar y tomar unos gin-tonics, al tiempo que observábamos la increíble y bella puesta del sol africano.

Luego de dos o tres días de cacerías y cuando ya había suficiente confianza con nuestro guía, llegó el momento de plantearle la posibilidad de tirar un búfalo por mi parte, a lo que accedió sin problemas, siendo la única condición que debería ser en alguna oportunidad que no compartiéramos el vehículo con otro cazador o el scout que a veces nos acompañaba.

Así fue que llegó el gran día y cuando salimos por la mañana el guía me dijo que si queríamos era la oportunidad para que intentara cazar un búfalo, los que eran bastante abundantes y con trofeos de altísima calidad, como normalmente ocurre en esa parte de Tanzania.

Debido a los inconvenientes propios de viajar con armas después del atentado a las Torres en New York, habíamos acordado que la empresa nos proveería de los rifles para la cacería. Nos dieron un Winchester 300 WM para los antílopes y un Remington 375 H&H para los búfalos, con los cuales hice un par de tiros de prueba el día que llegamos y si bien estaban bien calibrados, el disparador del 375 estaba durísimo y era muy trabajoso poder sacar un buen tiro sin tironear del disparador. Intenté regularlo, pero no tenían herramientas para desarmar el rifle, así que quedó como estaba, lo que me preocupó desde el primer momento, ya que estoy acostumbrado a usar disparadores muy livianos, de no más de 750grs de peso y el que teníamos debería andar por los 2.500grs.

Esa mañana fuimos hasta una represa que aún conservaba algo de agua, situada a unos 15 o 20 kms del campamento, donde los trackers comenzaron a cortar rastros de los animales que habían bajado a beber por la noche, haciéndonos saber el white hunter (WH) que había muchos rastros de búfalos y entre los más frescos estaban los de una manada de unos 30 animales, con algunos machos grandes a juzgar por el tamaño de los rastros.

De inmediato comenzamos a seguir las huellas que se apreciaban muy frescas, por un par de kilómetros lo hicimos con el jeep Toyota hasta que el monte se hizo demasiado espeso y debimos seguir a pie. Luego de una hora de caminata a paso bastante alegre, ya que la rastrillada que iba dejando la manada era fácil de seguir, uno de los trackers comenzó a hacer señas de que no hagamos ruido y el avance fue muy lento por unos 200 o 300 metros y de pronto quedó inmóvil, al más puro estilo Pointer, indicando con la lanza que llevaba en la mano hacia unos bultos negros que se veían entre los árboles y se movían lentamente. Avanzamos un poco más y comenzamos a escuchar los típicos mugidos de los búfalos, que no diferían en mucho a los de nuestras vacas.

Como el grupo de animales era numeroso y el monte bastante cerrado, no era fácil distinguir machos de hembras, y menos aún encontrar alguno de los grandes patriarcas. Nos adelantamos por el costado buscando el viento y alguno de los claros que ofrecía el bush, estrategia que repetimos en varias oportunidades y si bien vimos pasar algunos machos con cornamentas importantes, no nos dieron oportunidad para hacer un tiro seguro.

En uno de esos movimientos tratamos de colocarnos más cerca de los búfalos, pero una hembra que venía más abierta hacia nuestra posición nos vio o venteó, pegó un bufido y salió corriendo junto con el resto del grupo. Los trackers hicieron lo propio y desaparecieron a la carrera entre la polvareda que levantaban los animales. Yo corrí por unos metros y al mirar hacia atrás vi que Alberto venía caminando bastante alejado, por lo que decidí esperarlo y al llegar junto a mí me dijo: ¨ ¿Por qué corres? ¨, a lo que respondí que trataba de seguir al WH y los trackers que seguían a los búfalos, diciéndome con la lógica propia de sus muchas cacerías de experiencia: ¨ No te preocupes, ya vendrán por nosotros. Nosotros somos los que tenemos que cazar¨. Efectivamente, así fue, a los pocos minutos vimos que venía el WH diciendo que los animales se habían detenido más adelante al llegar a una zona de terreno más abierto.

Cuando llegamos donde estaban escondidos los negros, vimos a la manada que se desplazaba lentamente a unos 150 metros, por lo que acortamos algo la distancia y cuando salimos de los arbustos que nos ocultaban vimos que los búfalos estaban parados a unos 120 o 130 metros, formando una especie de semicírculo y mirando en nuestra dirección. De inmediato comenzó la búsqueda de alguno de los machos grandes, al tiempo que uno de los trackers colocaba el trípode delante mío. El WH me indicó un animal que había quedado a un costado, dándome la orden para que dispare, pero casi de inmediato una hembra se interpuso adelante, por lo que debí levantar el rifle.

Vi que el tracker principal le indicaba al WH otro animal que estaba en el sector opuesto de la manada y de inmediato el guía me marcó el tercero desde la izquierda, comprobando por la mira del rifle que se trataba de un macho con una cornamenta de gran abertura. Las indicaciones fueron que apuntara al centro del pecho, ya que estaban todos de frente, y seguramente en pocos segundos más comenzaría una nueva estampida.

Aquí comenzó mi lucha con el disparador del rifle, por mucha presión que hacía con el dedo no podía sacar el disparo, incluso llegué a pensar que estaba en seguro, por lo que controlé la posición de la traba y por supuesto estaba para disparar. A duras penas logré efectuar el disparo y de inmediato el animal hizo un abalanzo, parándose sobre las patas traseras, dió media vuelta y salió corriendo detrás de la manada, perdiéndose en la polvareda.

Nuevamente, todos salimos corriendo, aunque esta vez no me quedé para esperar a mi amigo, y luego de algunos cientos de metros vimos que poco a poco uno de los animales comenzaba a quedarse relegado del grupo, era evidentemente el búfalo herido. A esta altura todos íbamos caminando y cuando vimos que se había quedado parado a unos cien metros, le hice un nuevo disparo a la paleta, el que se sintió claramente pegado, pero el macho siguió caminando en dirección a una isleta de monte. Un nuevo disparo, que también impactó en el cuerpo, tampoco detuvo la marcha del búfalo, aunque cada vez se hacía más notable su dificultad para caminar, desapareciendo entre la espesura de los árboles.

Por suerte no era muy grande la isleta donde se había escondido, así que buscamos el viento y no acercamos lentamente por un costado, pudiendo ver a unos 30 metros que estaba echado y allí le hice un disparo a la paleta que pensamos había terminado con la faena, ya que el animal quedó tendido de costado, pero tan pronto como empezamos con las felicitaciones y abrazos, escuché que uno de los negros gritaba algo en su idioma y al mirar hacía el búfalo vi que estaba nuevamente parado y el WH que me decía: ¨Shoot again¨, por lo que de inmediato partió otra bala del 375 H&H que esta vez sí dio por finalizada la cacería.

Cuento esta historia con tantos detalles para demostrar que la fortaleza y peligrosidad de los búfalos heridos, no es un cuento o una fantasía inventada por los cazadores africanos, es realmente increíble la capacidad de absorción de los disparos que tienen estos animales una vez que comienzan a segregar adrenalina, al tiempo que cada vez nos parece más pequeño el rifle que tenemos en nuestras manos.

No es menos cierto que normalmente esto ocurre cuando el primer tiro no resulta lo suficientemente bien pegado para provocar una herida mortal, ya que he participado de algunas cacerías de búfalos en las que el primero o segundo disparo en la paleta produce una muerte rápida, pero las contingencias de la caza no siempre resultan favorables para lograr un tiro ideal, como el primero que hice en esta ocasión con un animal de frente, a 120 o 130 metros, con un rifle que no era propio y un disparador imposible de controlar el momento del disparo.

Cuando finalmente llegamos junto al animal, vi que el WH hablaba con el tracker principal muy animado, al tiempo que colocaba sobre la cornamenta una cinta métrica, operación que repitió dos o tres veces y finalmente me miró y me dijo: ¨Felicitaciones, 46 1/2 pulgadas, un gran trofeo. Es el segundo búfalo más grande de la temporada¨, después comentó que anteriormente habían cazado uno de 48 pulgadas, un verdadero monstruo para esos tiempos.