Víctor fue un perro muy especial. Desde sus primeros días de vida, ya podíamos notar que su historia iba a ser muy distinta a todas las demás.
Hijo de Paycuna y del “gran y múltiple campeón – Garufa del Tumi -”. Nació el 11 de septiembre de 2009, dentro de una camada de once cachorros.
Recuerdo que, al día siguiente de su nacimiento, yo debía viajar, por lo que quedó Mariela (mi exesposa) y mi amigo Nahuel Puértolas a cargo del cuidado de los cachorros.
Pasaron tan solo algunas horas desde que emprendí viaje, cuando Mariela me llamó muy angustiada, contándome que habían encontrado a uno de los cachorros debajo de su madre, quien lo había aplastado accidentalmente. Intentaron reanimarlo por todos los medios, pero sin éxito y lo dieron por muerto. Lo envolvieron en papel de diario y en un cantero de la casa, prepararon un pequeño pozo para enterrarlo, cuando ocurrió lo increíble…
Justo en el momento en que se disponían a dejarlo en su nicho, el cachorro se movió. Lo reanimaron nuevamente y reaccionó, volviendo milagrosamente a la vida.
Fue entonces que Nahuel decidió bautizarlo Víctor, recordando a Víctor Sueiro, aquel escritor y periodista argentino conocido por sus historias de haber regresado de la muerte.
Cuando cumplieron setenta días de vida, la camada entera se enfermó. Nunca supimos con certeza qué fue, si parvovirus, moquillo, coccidios, o qué? Lo cierto es que la situación se volvió crítica en cuestión de horas.
Los dos primeros cachorros en mostrar síntomas, los internamos de inmediato en una veterinaria, pero no sobrevivieron.
No obstante, no bajamos los brazos y con la ayuda más el asesoramiento de Lucho Milla, (mi maestro y guía) nos pusimos al hombro la atención de todos. Les pasábamos suero dos veces por día, les dábamos la medicación necesaria, y no los dejábamos solos ni un segundo. Así logramos salvar al resto.
Antes de cumplir un año, Víctor ya había enfrentado a la muerte dos veces. Sin embargo, era un perro fuerte, sano, sin ninguna secuela de todo lo que padeció cuando cachorro.
Pero su destino seguía marcado y lo que nadie imaginaba era que volvería a ponerlo a prueba y de la forma más cruel.
Un día, Marta y David, un matrimonio que trabajaba conmigo y estaba a cargo del cuidado de los perros, decidieron llevarlos a pasear por la costa del río Quequén.
Era una jornada de esparcimiento, tranquila como tantas otras. Hasta que, en un momento, Víctor y Nacha (una perra dogo, muy compañera de Víctor), se alejaron del grupo siguiendo un rastro. Los llamaron, los siguieron, pero hicieron caso omiso y nunca más volvieron…
Al enterarme, viajé de inmediato y me sumé a la búsqueda. Recorrimos todo el campo, la costa del río, hablamos con vecinos, pero no tuvimos siquiera una señal de ellos. Nada…
Entonces decidimos probar con poner un anuncio en el programa de radio “Las Gauchaditas”, apelando a la solidaridad de quienes pudieran haberlos visto o los tuvieran.
No pasó mucho tiempo hasta que una mujer me llamó. Me dijo que ella los tenía, que fuera a buscarlos, pero que fuera con un veterinario, porque los perros estaban lastimados.
Ahí fue cuando empezó el verdadero drama…
Fui de inmediato a su domicilio, aunque cuando llegué los perros no estaban; su esposo los había ido a buscar. Le pregunté donde los habían encontrado y por qué estaban lastimados. A lo que me respondió que los perros aparecieron en su campo (a más de 30 kilómetros de donde se habían perdido, algo que me resulto extraño). Continuó con su relato y me dijo que los perros los habían atacado, y que su marido, en medio del susto, les disparó. Nacha estaba muerta y Víctor, muy malherido.
Se me vino el alma al piso. No podía creer lo que estaba escuchando, y tampoco podía esperar un segundo más sin ver a Víctor.
La mujer trató de retenerme, diciéndome que su marido venía en camino, que lo esperara ahí, pero no aguanté; le pregunté en qué andaban, subí a mi vehículo y salí a su encuentro.
A poco andar, di con ellos. Les hice señas para que se detuvieran y, cuando lo hicieron, pude ver a Víctor. Agonizaba en la caja de carga del rastrojero en el que venían…
Se bajaron tres sujetos (malandras conocidos del lugar), dos de ellos con cuchillos en la cintura y el tercero con una carabina. Alegaban que buscaban al dueño de los perros para denunciarlo, porque, “según decían ahora…” habían sufrido un intento de robo y el ladrón se encontraba en compañía de los animales.
Una mentira ridícula y sin sentido, con la que pretendieron justificar lo injustificable, y en la cual se resguardaron para encubrir lo que realmente había sucedido. Algo que nunca llegué a saber…
Víctor moría delante mis ojos, y esas lacras despreciables, no querían entregármelo. La conversación fue subiendo de tono… en síntesis: lo rescaté de esos miserables.
Inmediatamente, lo llevé a una veterinaria en Necochea. Por suerte, di con la Dra. Betina Parson, una profesional increíble que, desde el primer momento, hizo hasta lo imposible por salvarlo.
Después de una rápida revisión, la doctora comprobó que Víctor presentaba un disparo de escopeta en su pata trasera izquierda y cinco puñaladas, una de ellas comprometiendo los testículos.
Me habló con total sinceridad.
—Es casi imposible que sobreviva. Tiene una anemia severa, neumonía y una infección muy grave. —Me dijo—

Lo dejó internado inmediatamente para comenzar limpiando sus heridas y le aplicó un tratamiento intensivo con antibióticos.
Contra todo pronóstico, a los pocos días, Víctor empezó a mejorar. Una vez más demostraba la fortaleza innata del Dogo Argentino y, por sobre todas las cosas, sus inmensas ganas de vivir.
Ya estabilizado, la doctora me pidió autorización para realizar una nueva y aún más exhaustiva limpieza quirúrgica; debía extraer más fragmentos del fémur, destrozado por el disparo. Advirtiéndome que era muy probable que no resistiera la anestesia, aunque no había otra opción.
Afortunadamente, la intervención fue un éxito y al día siguiente, Víctor ya se incorporaba y daba unos pasos. Pero cuando parecía que todo empezaba a mejorar, pasó lo peor.
Una mañana, la Dra. Parson llegó la veterinaria justo en el momento en que Víctor se desangraba. Una astilla de su fémur destrozado había cortado la vena femoral, provocando una gran hemorragia. Actuó de inmediato y, con lo justo, logró detener el sangrado. Luego me llamó para contarme lo sucedido y pedirme que con urgencia llevara un perro para hacer una transfusión de sangre.
Cargué a la Gorda, una hermana de Víctor, y llegué en minutos. Con su proceder, logró nuevamente salvarle la vida, aunque esta vez, no se pudo salvar su pata y hubo que amputarla.
Su mejoría fue lenta. No solo debía recuperarse de la amputación, sino también de las heridas provocadas por las puñaladas, que complicaron aún más el cuadro debido al daño interno y a las infecciones. Una de esas heridas afectó gravemente los testículos, pero Víctor no se podía ir sin dejar huella. A los 6 años de vida, luego de varias prácticas y estudios, logramos mediante inseminación artificial, pudiera ser padre. Entre sus hijos se destacaron: Xmafioso – Espina Colorada – Sara – Yagua Bicho del Capanga, entre otros.
Todo esto forjó un vínculo muy especial, y por supuesto, fue el mimado de la familia.
Fue un guerrero de la vida y su condición nunca lo limitó. Corría diariamente a la par de mis otros perros, fue parte de mi jauría de caza y hasta participó en una exposición.
Aunque lo más importante es que fue el gran compañero y guardián de mi familia.
Hoy, después de algunos años de su fallecimiento, lo seguimos recordando con mucho orgullo.
